Hambre en la infancia Mexico

Par Carlos Guillermo León Rodríguez, Caritas Internationalis

Mexico migrants FelicianoFeliciano, de 12 años, es un niño tzotzil de Chiapas que vende dulces de amaranto en un crucero vial de la ciudad de Querétaro, en México. Es un migrante interno. Trabaja de las 10 de la mañana a las 5 de la tarde y gana de 30 a 50 pesos diarios. Abandonó la escuela cuando cursaba el sexto de primaria y desde hace seis meses no ve a su mamá y hermanos. No come hasta que regresa a su casa. “Un taquito, frijoles, huevo y, a veces, pollo, solamente como dos veces al día”, nos cuenta.

Es una gran falla en la estructura social que en México existan 11.7 millones de menores que no tienen suficientes alimentos para lograr un desarrollo sano, es decir, viven en pobreza alimentaria, e incluso pasen hambre, mientras unos cuantos tienen enormes fortunas. La alimentación es una necesidad básica, pero también un derecho humano protegido por la Constitución.

Olivier de Schutter, Relator de Naciones Unidas sobre el Derecho a la Alimentación, en su visita a México, en junio de 2011, explicó qué es esta garantía:

“El derecho a tener acceso, de manera regular, permanente y libre, sea directamente, sea mediante compra en dinero, a una alimentación cuantitativa y cualitativamente adecuada y suficiente, que corresponda a las tradiciones culturales de la población a que pertenece el consumidor y que garantice una vida psíquica y física, individual y colectiva, libre de angustias, satisfactoria y digna.”

De Schutter llamó la atención para que se distribuyan de forma más equitativa las herramientas de desarrollo, pues es en las zonas rurales e indígenas donde más se presenta este problema en México. El enfoque para atacar este mal, debe basarse en los derechos, no en el asistencialismo, subrayó.

Uno de los principios esenciales de los derechos humanos es la interdependencia, por lo que al proteger el derecho a la alimentación también se garantizan los derechos a la salud, a la vida, a la educación y al trabajo, entre muchos otros. No hay que olvidar que el hambre y la desnutrición afectan la capacidad de aprendizaje de los niños y las niñas, y pueden verse obligados a abandonar la escuela y a trabajar en lugar de educarse, con lo que se menoscaba su derecho a la educación y, sobre todo, a un futuro.

El Sistema Nacional para la Cruzada contra el Hambre (SinHambre) del Gobierno Federal, creado en enero de 2013, lucha contra la pobreza alimentaria, y ha logrado enriquecer con suplementos la comida de 725 mil 383 menores, mientras que lo mismo se hace con 146 mil 984 mujeres en periodo de lactancia. También, la Confederación Mundial Católica, coordinada desde el Secretariado General, Caritas Internationalis (CI) se ha propuesto erradicar el hambre para 2025 con su campaña “Una sola familia humana, alimentos para todos”, que sin duda tendrá incidencia en México.

Pero si bien son grandes los logros y encomiables los esfuerzos, la magnitud de los retos nos superan.

Por ejemplo, México ocupa el primer lugar mundial de obesidad infantil, según datos de UNICEF y la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de México, lo cual implica mayores riesgos para la salud y el pleno desarrollo de los muchachos. Así que no se trata nada más de estrategias. Éstas sirven como herramientas, pero la voluntad y la responsabilidad está en cada uno de nosotros. Si seguimos volteando el rostro ante la pobreza, seguirán existiendo niños como Feliciano, que comen mal y poco; que en vez de soñar, tienen que trabajar.

 

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